viernes, 13 de febrero de 2009

Samuel Beckett

La genialidad en literatura se caracteriza entre otras cosas, por un descubrimiento de la parte ignorada de lo conocido, por ese giro en la mirada que permite una contemplación de la realidad hasta ese momento insospechada.


En estos términos podemos afirmar que Samuel Beckett fue un escritor de una genialidad incontestable, ya que mediante su técnica de escritura abrió unos enormes paréntesis dentro de la narración, en la que dejaba sin identificar factores tan habituales e importantes como el tiempo, el espacio, el narrador, o siquiera una secuencia coherente en la acción sometida a narración.


Samuel Beckett es conocido fundamentalmente por el gran público por la obra que le hizo ganar el premio Nobel en 1969, Esperando a Godot. De esta obra el propio autor ha dicho que es “horriblemente cómica”. Pero el acercamiento total al autor no debe ceñirse a su obra maestra, sino que será en los pequeños relatos donde descubramos la esencia de su propuesta.


Dicho estilo llega a ser chocante en un primer acercamiento, pero la familiaridad llega tras un ejercicio de paciencia y comprensión en el cual el lector se da cuenta de que a pesar de cierto absurdo narrativo y cierto tinte surrealista de las escenas visitadas, la psicología del personaje no sólo nos llega perfectamente dibujada, sino que a falta de los referentes normales (descripciones y digresiones interiores) ésta se amplifica y adquiere una potencia que intimida ciertamente si uno no se haya dispuesto a la sorpresa introspectiva.


Para el presente trabajo hemos escogido cuatro relatos en los que se sigue una finísima línea argumental: El expulsado, El final, Compañía y Sobresaltos conformarán el corpus de una entrevista ficticia en la que intentaremos inferir los elementos que hacen de este autor alguien muy especial dentro de la literatura.


Entrevista ficticia a Samuel Becket
a través de cuatro cuentos


- Entrevistador. “Una voz alcanza a alguien en la oscuridad. Imaginar.” Así empieza uno de los relatos en los que más me costó entrar. “Compañía” lo tituló usted.

- Samuel Beckett. Eso es lo que siempre sucede, que las voces nos alcanzan en la oscuridad. Ahora mismo usted antes de hablar, no sabía a ciencia cierta lo que yo podía responder. Igual que yo no podía saber lo que me iba a decir; podría haber intuido una pregunta, ya que se supone que esto es una entrevista y que este género requiere de preguntas en primera instancia. Aunque ahora que lo pienso se podría hacer una entrevista sin preguntas. Igual que se puede hacer una obra de teatro sin acción. Pero lo cierto es que no recuerdo especialmente ese relato. ¿Está seguro de que lo escribí yo?

- Ent. No creo que importe demasiado, y ya que lo menciona, respetaré el género y haré mi primera pregunta ¿Cómo entiende usted esa oscuridad que mencionaba anteriormente, señor Beckett?

- S.B. Bueno, supongo que la entiendo más o menos como todo el mundo. ¡Al menos eso espero! Cuando el ser humano se encuentra en soledad todo es más oscuro, pero a la vez también se presenta más claro, porque la oscuridad esconde lo superfluo. Además si hay sombras a la fuerza a de haber luz en algún sitio. Lo importante es que el receptor perciba esas sombras, sus matices y diferencias. Si no, por mucha luz que haya, nada distinto a una leve ceguera trascenderá.

- Ent. ¿Elige usted por esta razón a personajes limítrofes cuya condición solitaria les hace entablar ese tipo de relación con la realidad?

- S.B. Ese podría ser un buen motivo, desde luego. Pero también escojo aleatoriamente. Para mí la escritura es experimentación. Ante el papel en blanco un individuo puede jugar a ser Dios, blandir su imaginación y dejarse invadir por ella. Cuando escribo, particularmente, no me apetece saber adónde voy a llegar. Simplemente dejo que fluyan las cosas. Lo que sí es cierto es que en muchas ocasiones aparecen estos personajes marginales porque existe una necesidad implícita en mi consciencia de dar voz a esta esfera de la realidad. He visto muchas depresiones en mi vida, y le aseguro que la gente que lo pasa mal ve la esencia de la vida mucho más cercana. La comodidad no es lo mismo que el bienestar. En cierto modo, es más parecida a una máscara que añade un color brillante y falso al mundo e impone una melodía artificial a cada paso que das.

- Ent. ¿No hay lástima por estos personajes?

- S.B. Tengo más admiración que lástima, verdaderamente. La lástima la reservo para la gente que teniendo todo sigue creyendo ser desdichada. No saber ser feliz, aunque sea a breves lapsos, es una verdadera tragedia. Nunca tendremos más de lo que tenemos, y sin embargo no vemos el final de nuestras aspiraciones.

- Ent. Muchos lectores acusan a su literatura de ser tediosa y de abusar de lo escatológico. ¿Qué le parecen estas críticas?

- S.B. Maravillosas. Es cierto en muchos sentidos, y no les reprocho nada. Me alegra que haya mucha gente, cuanta más mejor, que no disfrute leyendo mis obras. No obstante el tedio ya está presente en muchas vidas, incluídas las muchos de mis personajes. Supongo que puede llegar a ser tedioso leer mi obra para quien no tenga un firme interés en entender el origen de ese tedio, o una voluntad de compartirlo para desvanecerlo. Y en cuanto a lo escatológico... Usted perdone, pero creo que en este mundo nos hemos vuelto en exceso intimistas con realidades tan cotidianas como éstas. Hay gente que no puede ni orinar si no están completamente solos. Y hay también personas que son incapaces de defecar en campo abierto. Y esto es de lo más antinatural. Así que en efecto, existe una preocupación por lo escatológico, pero no como acto en sí mismo, sino como síntoma de que los males del mundo empiezan a forjarse en guardar secretos que luego saltan a la vista. Esto queda bastante manifiesto en el cuento del “El final”, donde puede dar la sensación de que al final nuestra naturaleza es más intestinal de lo que queremos reconocer.

- Ent. ¿Está de acuerdo con los dicen que su obra está atravesada por la percepción de que el nacimiento es una tragedia?

- S.B. Me lo he planteado muchas veces, sí. Y creo que desde luego hay cierta tragedia en ello. Pero a diferencia de muchos, yo planteo vivir esa tragedia con vitalidad, y mis personajes responden a ese impulso sin entrar en sensiblerías ni plantearse si esa situación vital es justa o no. Asumen su posición y dan todo sin tener nada. Recuperando el relato antes citado, “El final” es un excelente ejemplo. Ese hombre no posee nada. Le acaban de echar a la calle de un centro de acogida, llueve y tiene algo de dinero de la caridad. Luego le estafan y le dejan sin dinero, enferma, vive en una cueva... en fin, una desgracia. Pero en ningún momento renuncia a esa vida, no se rinde. A eso me refiero a que el nacimiento es una tragedia en muchos casos, pero por muy trágico que sea el contexto, veo una obligación con nosotros mismos de plasmar esa vitalidad en nuestra breve vida.

- Ent. Un claroscuro, luces y sombras... ¿Cree que la interpretación de su obra depende de los ojos que miren?

- S.B. Desde luego. Como todo en esta vida, el observador es quien descifra el mensaje que necesita. Mi obra puede ser optimista y pesimista. De eso se trata, de que es las dos cosas. Eso es indicativo de que hay algo superior al juicio sensible, que es el juicio de la voluntad. A veces una historia triste es lo único que te hace seguir hacia delante. O un paisaje lóbrego te apreciar el calentador de agua que tienes en casa.

- Ent. Entrando un poco en su obra, ¿cómo definiría usted su estilo?

- S.B. Esta es una pregunta complicada para cualquier escritor. Para mí más, porque nunca he tenido la sensación de ser una persona coherente. En cualquier caso mi estilo es mejor que lo definan los que lo leen.

- Ent. ¿No cree que la gente le malinterprete?

- S.B. Todo lo contrario. Es imposible malinterpretar nada. El único que sabe todo sobre sí mismo es el lector casual que mi obra pueda tener. Él es dueño de su interpretación, de lo que esa obra que tiene en sus manos va a significar para él. Si le parece una basura, yo asumiré que mi obra para alguien en un momento dado, fue eso, una basura.

- Ent. Y si yo le dijera, por ejemplo que su obra “dibuja a los personajes articulando sus goznes más íntimos evitando caer en lo que es evidente”, ¿se sentiría identificado?

- S.B. Mira, a eso me refiero. Yo me sentiría identificado en ese momento, en lo tocante a que pensaría que eres un poeta y sabes cómo tratar el lenguaje. Pero no me diría nada sobre mi obra.

- Ent. ¿Es el lenguaje un juego absurdo?

- S.B´ Es una parte muy importante de nuestra esencia, y es que en esencia somos bastante absurdos, sobre todo en los tiempos que corren. El lenguaje visto como juego es algo inocente y constructivo para la persona. Pero cuando crees que es la única verdad para llegar a conocer las cosas, estás perdido, porque el lenguaje tiene trampas. No hay más que echar un vistazo al sistema legal para encontrar evidencia de esto.

- Ent. ¿Entonces es puro entretenimiento lo que hace?

- S.B. Es entretenimiento y supervivencia en mi afortunado caso.

- Ent. ¿Es cierto que una de sus fantasías es eliminar el verbo “etre” (ser, estar) y “avoir” (tener)?

- S.B. Eso se lo ha debido contar Radomir Konstantinovic, buen amigo mío y tan mediocre escritor como yo. Es cierto, sí. Creo que el mundo cambiaría radicalmente si estos dos conceptos no se hubieran forjado en nuestra inteligencia. Al menos creo que la realidad se expandiría más fácilmente. Lo que somos y lo que tenemos nos hace tener demasiado miedo al cambio y a lo desconocido, ¿no cree?

- Ent. Es usted un revolucionario a su manera.

- S.B. Me suelen decir loco más que revolucionario.

- Ent. ¿Eso le provoca tristeza?

- S.B. Por el mundo quizás, he de reconocer que a veces las fuerzas me flaquean. Veo que estamos destinados a algo triste si seguimos por donde parecemos ir. Esa es la cruz existencialista que me imponen.
- Ent. En la historia de “El expulsado” pasa cuatro páginas sin cambiar de escena: Un hombre sentado en un bordillo que acaba de ser expulsado de su casa.

- S.B. Oh, sí. Recuerdo esa escena. Creo que en esa situación, algo se da cuenta en el personaje de que a raíz de ese cambio, su vida, su percepción, sus referencias, van a cambiar. Una cambio de domicilio conlleva muchos otros cambios. No digamos una expulsión. En ese momento, sin tener dónde ir, sin saber qué hacer, sin recursos... sólo hay un personaje y el lugar en que éste se encuentre. No hay planes. El pasado acaba de cerrar la puerta. Se es un puro y absurdo presente.

- Ent. Y aparece el silencio

- S.B El silencio, sí. Fundamental. ¿Sabe usted que yo solía encontrarme con James Joyce y nuestras conversaciones consistían muchas veces en silencios embebidos de tristeza? Yo solía estar triste por el mundo, como le he dicho antes.

- Ent. ¿Y Joyce?

- S.B Joyce seguramente estaba triste por él mismo.

- Ent. ¿Se considera a sí mismo como padre de la figura literaria del “haragán”?

- S.B. Primero habría que definir haragán. Pero finjamos que nos entendemos. En esos tres relatos que hemos mencionado con anterioridad, o sea, El expulsado, El final y Compañía, los personajes no mencionan sus pasados, salvo mínimas incursiones historietísticas. No sabemos si fueron haraganes o no, simplemente ha llegado un momento en su vida en que su existencia consiste en la cámara que yo les pongo para poder explicar esa situación mental. Otra cosa es que me pregunte si yo soy un haragán.

- Ent. ¿Y lo es?

- S.B. Eso dicen muchos, sí. Pero le confieso que me ha costado un verdadero esfuerzo llegar a aceptar lo que soy. Si la variable resulta ser un haragán, por mí perfecto.

- Ent. Tengo la sensación de que en las cuatro piezas sobre las que baso esta entrevista hay algunas constantes: el hombre arrojado con violencia desde o hacia algún lugar, el retorno a la casa como representación simbólica de la matriz, la inexistencia efectiva de las clases sociales, así como del trabajo y el dinero.

- S.B. No es mala observación. Pero más que constantes dentro la obra, esas son las premisas de la construcción.

- Ent. ¿Quiere decir usted que elimina todo eso de la obra a propósito?


- S.B. No lo elimino. Simplemente lo ignoro, y el lector lo ignora también. ¿Qué sucede entonces? Dos cosas: primero lo imaginamos. Y después tratamos de encontrarlo en el resto del relato. Lo cual garantiza que algún que otro lector acabe de leer mi libro, aunque sea por la causa equivocada.

- Ent. ¿Se considera un Irlandés afrancesado?

- S.B. Por esta razón me gustaría ver abolido el vergo “etre”. No, ni mucho menos. Me considero un individuo único en cuya existencia la patria y la bandera cuentan muy poco, afortunadamente.

- Ent. ¿ Y qué piensa del éxito de la literatura irlandesa?

- S.B. Que es natural. Las mejores historias, vuelvo a repetir, pueden encontrarse donde la gente lo ha pasado mal. Y en un país tan sodomizado por los ingleses y los curas no quedaba otro remedio que cantar.

- Ent. El tiempo se nos acaba, Señor Beckett. Creo que no es su frase favorita, pero en este contexto, hablando de su propuesta literaria, me parece incluso adecuada. Ha sido un placer conocerle.

- S.B. En el caso de que eso sea posible, el placer ha sido mutuo.

2 comentarios:

  1. aparte de leer con calma este blog, lo que más me gusta, por lo que adivino, es su título...

    ResponderEliminar
  2. bueno, Pedro, tampoco te hagas muchas ilusiones porque hay mucho batiburro, pero de ciertos trabajos extraigo algo parecido al orgullo-

    ResponderEliminar