jueves, 12 de febrero de 2009

Reseña: Mayo del 68 posmoderno, de Eduardo Mendoza


La gran pregunta que trata de responder este artículo es cómo y a raíz de qué causas se producen unos cambios en la literatura española de final de siglo XX, y qué se trasluce de lo social a través de dicha transmutación literaria.

Comienza Mendoza proponiendo una puntiaguda fenomenología acerca del prisma posmoderno en la cual se sigue el siguiente hilo causal:

1. Desenlace de mayo del 68 genera un Escepticismo (acerca de cambiar la historia): Las ideologías no influyen, sino que nacen de las circunstancias socieconómicas.

2. El desencanto no es nuevo, pero viene provocado por la demostración práctica de la inutilidad del esfuerzo en cualquier sentido, cuya base está anclada en la sobreabundancia informativa: Se plantea el autor una trinidad popularizada y basada en Televisión - Turismo - Academicismo, que manifiestan los engranajes de un medio social complejo e incomprensible.

3. Dicho aparataje parece premiar la falta de escrúpulos y sostiene una trama de escándalos y maldades que se hace visible mediante la sobreabundancia informativa, permitiéndo ver al ciudadano que el mal es algo banal y al alcance de cualquiera. Se genera así un sistema basado en conspiración y mentira, cuyo plan nadie ha concebido y cuyos hilos bailan solos.

4. Se produce la paradójica liberación, lo razonablemente escéptico: Nadie es responsable de nada.


En Literatura, se da un abandono general de la Militancia y la Rebeldía pero sin abandonar el análisis interno-externo, es decir, sin aceptar que el mundo es como es, pero proponiendo una definición que permita la comprensión de las cosas y ayude a paliar sus consecuencias en cierta medida.

El punto más revelador del artículo lo conforma el análisis que hace Mendoza sobre el Lenguaje: Frente a la beligerancia y la incomunicación que éste planteó a las generaciones anteriores, se aprecia en la nueva escritura una reconciliación y un reconocimiento de que éste alberga una constelación de sistemas (desde la palabra a los géneros), y en el que el lector juega una baza principal, en lo tocante a su consideración como depositario de una tradición y bagaje literarios.

En esta tradición se aprecian rasgos nuevos: Una apertura hacia la occidentalización de otras culturas, y la ampliación de voces en el patrón literario (sobremanera la voz femenina). Dicha combinación denota la aridez del terreno español en este sentido, quizás por causas históricas, pero dichas causas también crean las premisas necesarias para que en una generación queden subvertidos los valores tradicionales, y en la siguiente se comience a generar un cambio, que incide su mayor ángulo no soble el problema en sí, sino sobre sus inabarcables dimensiones. La literatura española abre por fin los ojos al mundo real. Y ello genera una irónica resignación que irrita más que consuela.


A todo esto se refiere Mendoza cuando dice que el escritor de hoy se ha vuelto modesto en exceso, que es un testigo más próximo al periodismo, que se ha desinteresado por todo planteamiento ético, o que ya no se da importancia a un elemento nuclear como el dilema. Y esto se refleja en los protagonistas de las historias, meros juguetes de las circunstancias, débiles y cuyas peripecias son simples anécdotas, y con los que la participación moral del lector queda atenuada, como atenuada queda la recompensa derivada del esfuerzo y de la decisión, quedando el ciudadando desprotegido ante la posibilidad de enfrentarse en un futuro a un problema ético cuya envergadura, la literatura parece no tener capacidad de plantearle.


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